El pasado lunes, 28 de abril, un apagón sin precedentes afectó a gran parte del territorio español durante varias horas, dejando sin suministro eléctrico a millones de ciudadanos. Las principales ciudades se vieron colapsadas: semáforos apagados, estaciones paralizadas y servicios esenciales operando con sistemas de emergencia. Las autoridades aún investigan el origen del fallo, que apunta a una posible sobrecarga en la red tras una ola de calor inesperada y un aumento simultáneo de demanda.

Este suceso ha reavivado un intenso debate político y social sobre el modelo energético de España. Mientras sectores ecologistas insisten en acelerar la transición hacia energías renovables, otros actores políticos y empresariales defienden el retorno o mantenimiento de la energía nuclear como vía para garantizar el suministro. El apagón ha evidenciado las vulnerabilidades del sistema actual y ha puesto sobre la mesa la necesidad de una reforma energética urgente.

A la par, un bulo sobre la supuesta retirada del billete de 50 euros circuló con fuerza en redes sociales. Aunque el Banco de España desmintió rápidamente el rumor, el miedo generó confusión y hasta colas en algunos cajeros automáticos. Este episodio volvió a poner en evidencia la rapidez con la que se difunde la desinformación y la importancia de acudir siempre a fuentes oficiales.

Tres noticias distintas que, sin embargo, comparten un mismo hilo conductor: la fragilidad de nuestros sistemas —energéticos, informativos y sociales— ante situaciones límite. Esta semana, España no solo se apagó literalmente, sino que también encendió una conversación nacional sobre el futuro que queremos construir.